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Por Norman Foster
Por Norman Foster
Nuestro mundo se está urbanizando. Hace poco más de una década, el planeta alcanzó un punto de inflexión, con un mayor porcentaje de habitantes viviendo en áreas urbanas que en áreas rurales. Se estima que, en los próximos treinta años, este porcentaje ascenderá hasta más de dos tercios de la población mundial viviendo en ciudades.
La palabra latina para ciudad es urbs, y de ella derivan los vocablos «urbano» y «urbanidad». Civis hacía referencia a quienes vivían en la antigua Roma, y de civis proceden civitas, «civil» y «civilizado». Estos términos y sus raíces evocan la realidad física de las infraestructuras y de los edificios, así como los valores espirituales de la civilización misma: la ambiciosa búsqueda de una mejor calidad de vida.
Como arquitecto, siempre he considerado que las infraestructuras conforman el aglutinante urbano que conecta y articula los diversos edificios de nuestras ciudades, creando relaciones y vínculos entre ellos; son las calles, los bulevares y las autovías, los espacios cívicos y los parques, los sistemas de transporte público, los puentes y los aeropuertos. Sin embargo, estas construcciones a ras de suelo constituyen las manifestaciones visibles. Bajo tierra se encuentran las redes ocultas del saneamiento, el agua y la energía, y los túneles para la movilidad.
La descripción relatada de las ciudades y los vínculos universales que las unen quedan también patentes en la historia de Ferrovial como constructores de alcance global. Las fotografías de José Manuel Ballester reunidas en este libro constituyen una instantánea en el tiempo de esa presencia a través de cincuenta proyectos, en diez países, a lo largo y ancho de tres continentes. Estas imágenes acompañan al lector en un viaje que dibuja una trayectoria desde la megaescala de un aeropuerto internacional hasta la miniescala de una estación de servicio de carretera.
José Manuel Ballester es un artista con la cámara, cuyo trabajo vengo siguiendo durante años con admiración. Su mirada de fotógrafo capta el espíritu y, a veces, la dimensión heroica de las grandes empresas documentadas en este libro. Desde mi perspectiva como arquitecto, su habilidad consiste en equilibrar el proceso constructivo con el resultado final.
El vestíbulo y la sala de equipajes de la terminal 2 del aeropuerto londinense de Heathrow ofrecen servicio a 18 millones y medio de pasajeros al año, que entran y salen con veintinueve aerolíneas distintas. Como edificio operativo, es tan internacional y grandioso en su escala como lo son las inconfundibles marquesinas de las doscientas estaciones de servicio Repsol repetidas por toda España, pequeñas joyas propias del lugar.
Bajo tierra, el metro de Bilbao es otro proyecto característico: una red de 49 kilómetros de túneles que da servicio a cuarenta y nueve estaciones –treinta y una subterráneas y dieciocho en superficie–, cada una con la inconfundible presencia de sus marquesinas al nivel de la calle. El sistema ha tenido un efecto transformador en la vida de la ciudad, y su creación contribuyó decisivamente a que Bilbao llegase a albergar el afamado Museo Guggenheim.
Señalo estos proyectos concretos no solo porque ponen fielmente de manifiesto el alcance y la amplitud de la contribución de sus constructores a la vida urbana, sino porque todos ellos tienen un vínculo personal conmigo y con mis colegas: trabajamos como arquitectos con Ferrovial en la red de metro de Bilbao, en las estaciones de servicio Repsol y en el plan general para la terminal 2 de Heathrow en Londres.
Algunas experiencias son tan conmovedoras que perduran en la memoria, y visitar las obras del metro de Bilbao durante su construcción me causó una profunda impresión. Aún recuerdo avanzar chapoteando en el barro, muchos metros bajo tierra, hasta toparme con una gigantesca máquina perforadora abriéndose camino que parecía transmutar en enanos a los operarios ubicados en ese gran espacio similar a una catedral. Es posible que el tiempo magnifique la escala en nuestra memoria, pero posteriormente lo evocaba como una experiencia cercana a lo religioso.
Siempre he apreciado una dimensión casi espiritual en el ingenio humano y en el trabajo en equipo que se coreografía en una obra en construcción. Es para mí una fuente inagotable de admiración que un edificio o una obra de infraestructura surja al final de ese proceso. Existe cierta nobleza en el acto de construir, ya sea a la escala de una gran cueva subterránea para el ferrocarril, o bien mediante el trabajo preciso del metal para crear el borde afilado de una marquesina.
Al referirme al proyecto y la construcción, y en particular cuando me dirijo a un público joven de estudiantes y titulados, a veces recurro a la analogía del iceberg. El acto de construir a lo largo del tiempo y su resultado tangible han de contemplarse como la punta del iceberg; los podemos ver y experimentar. Lo que no se pone de manifiesto, lo que queda bajo la superficie, es la combinación de diferentes disciplinas, la puesta en común de recursos, colaboraciones y trabajo en equipo. Estos son también los valores en los que se apoya toda gran organización y en especial Ferrovial: son el equivalente intelectual de los sólidos cimientos que sustentan una poderosa estructura.
La creatividad traspasa todas las fronteras entre las profesiones. Recuerdo que uno de mis colegas, reflexionando sobre su experiencia de trabajo con Ferrovial, los describía como unos «constructores e ingenieros extraordinarios, con un enfoque siempre positivo y directo». Y proseguía refiriéndose a ellos como «[…] muy exigentes, centrados en las soluciones, que animarán incansablemente a su equipo a dar con las respuestas más realizables, lo cual es una disciplina maravillosa. Asumen su cuota de responsabilidad y gran parte de las decisiones de diseño, que se hace en colaboración, lo que no siempre sucede con los contratistas». Es esta actitud mental la que consigue la mejor fusión de diseño, ingeniería y construcción.
Este libro, como ensayo fotográfico, es una estimulante e inspiradora celebración del historial de construcción a escala global de Ferrovial y también de la cultura subyacente de una organización que ha perdurado durante prácticamente siete décadas, haciendo posible logros tan impresionantes.
Norman Foster, Arquitecto