Donde la carretera parece partir la montaña en dos, descolgándose sobre el valle. Donde el sol juega con las sombras de cientos de vigas y pilares. Y donde el polvo y el asfalto se dan la mano durante la mitad del año, para dejar paso a las lluvias torrenciales que empujan el océano durante la otra mitad.

Allí, a 700 metros sobre el nivel del mar, está Toowoomba, y allí se extienden los 41 kilómetros del Toowoomba Bypass. El proyecto fue adjudicado a la unión temporal entre Ferrovial y Acciona.

A lo largo de 3.500 kilómetros, los Eastern Highlands elevan Australia hasta el cielo. La cordillera parte el país en dos, por lo que se conoce también como la gran franja divisoria. En sus laderas se asienta Toowoomba, la segunda ciudad interior más importante del país. Y a través de ellas discurre también la nueva circunvalación, que rodea la localidad de norte a oeste. Más de 25.000 vehículos recorren a diario los 41.000 metros de doble carril que cortan la montaña y planean sobre el resto de infraestructuras de Toowoomba.

Observada desde la distancia, la carretera parece colgar de lo más alto de la montaña. Construida sobre un corte de 30 metros de profundidad, los camiones que la atraviesan parecen sostenerse por arte de magia, siguiendo una ruta donde las leyes de la física no aplican de la misma manera. Y es que, para dejar sitio al Bypass, la gran cordillera australiana dejó escapar 10 millones de metros cúbicos de tierra.

Más allá de los cortes en sus laderas, el resto de la circunvalación se apoya en vigas y columnas de hormigón. A través de 24 puentes, el más largo de 800 metros, la carretera esquiva los obstáculos naturales y humanos, como la línea de tren del oeste, patrimonio de la ciudad. Una vía que cuenta otra historia de ingeniería y naturaleza, una historia más antigua, pero no tan diferente.